El rey Felipe Vi y Pedro Sánchez
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El rey Felipe Vi y Pedro Sánchez

La fortaleza que deben demoler Felipe VI y Pedro Sánchez

miércoles 28 de octubre de 2020, 18:49h

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La fortaleza que se había construido Juan Carlos I en el palacio de La Zarzuela, y que Felipe VI está comenzando a demoler, tenía por fuera el aspecto de un castillo de cuento de hadas pero en realidad era una cárcel para sus habitantes. Convertir los barrotes en sólidas columnas democráticas es la tarea en la que necesita el apoyo del Jefe del Gobierno.
El recinto en el que vive y trabaja el Rey no tuvo más remedio que abrir sus puertas hace siete años con la aprobada Ley de Transparencia. Por ese portón, imposible de cerrar, han salido a la luz los aspectos más oscuros de la Jefatura del Estado.
Un fortín de intereses sólidamente amparados en una gran parte del poder económico de este país, que actuaba y creaba sus propios privilegiados fortines bajo el gigantesco paraguas que proporcionaba la intocable figura del Rey.
De los polvos acumulados en décadas vinieron los actuales lodos, y los encargados de limpiarlos, les guste más o menos esa tarea, son Felipe VI y Pedro Sánchez, como máximos responsables del estado. Monarca y primer ministro se han encontrado con esa misión histórica para que España no se avergüence de sus dirigentes: derribar la fortaleza de intereses en que a lo largo y ancho de 40 años se convirtió el complejo de La Zarzuela, sin que los muros de la institución se derrumben.
Cinco presidentes y muchas complicidades
La desidia de cinco presidentes de Gobierno, de Adolfo Suárez a Mariano Rajoy, pasando por Felipe González, José María Aznar y josé Luís Rodríguez Zapatero, mantuvo a la Corona en tierra de nadie, tan lejos de las miradas de los ciudadanos como del control financiero que debió ejercerse sobre la Corona en su condición de Jefatura del Estado. Demasiados intereses por medio, jugosos contratos fuera de nuestras fronteras, no muy distintos de los que tenían lugar en otros países, pero tan ilegales y opacos los unos como los otros.
Tuvo que ser Mariano Rajoy, tan denostado en muchas de sus decisiones, el que diese el paso tantas veces prometido y demandado, y nunca puesto en forma de Ley, ante los escándalos del Monarca, desde su cacería del elefante en abril de 2012, junto a Corinna Larsen, a las “donaciones” multimillonarias desde Suiza y Panama; pasando por el entramado de Aizoon y el Instituto Noos de su yerno, Iñaki Urdangarin, con sus 500 sociedades y sus puestos de privilegio en algunas entidades empresariales españolas.
Es fácil encontrar en la literatura y en el cine más de un paralelismo con las costumbres que han regido en ese peculiar universo en el que se movían los miembros de la Casa Real.
Un microclima social protegido hacia el exterior pero sujeto a tantas tensiones internas que trasladaban a sus integrantes la necesidad de escapar. Unas veces lo hacían a Londres, otras a lejanos paraísos. Era un meta cuestión de salud mental. Se trataba simplemente de sobrevivir al sofocante ambiente en el que se desarrollaba el día a día con sus secuelas de mentiras y vidas paralelas que llevaban sus ocupantes. Padres e hijos conscientes de la necesidad de cambiar todo lo que habían conocido si querían que la institución perdurase.
Universos cerrados en sí mismos - como el que aparece en “Las normas de la Casa de la Sidra”, por ejemplo - del que los jóvenes tienen que marcharse en busca de su propio destino y su propia conciencia como personas, pero también como ciudadanos a los que se les otorgan derechos y obligaciones especiales. El impulso que les lleva a traspasar los tranquilos e irreales muros de esas fortalezas es el mismo que les obliga a volver y enfrentarse a la historia familiar y romper el primer eslabón de sus cadenas.
Nuevas señas de identidad
Los protagonistas de la ficción no se asemejan en nada a Felipe de Borbón y Letizia Ortiz, los actuales Reyes, pero éstos como aquellos han sabido traspasar los muros de la Zarzuela y dejar que tras el amor hayan llegado, para quedarse, las obligaciones que impone la Jefatura del Estado.
Por inevitable, tanto en aquel diciembre africano de 2013 como en la posterior abdicación y llegada al trono de Felipe VI, la película rodada quince años antes se muestra como un gran ejemplo de lo que vemos cada día, y de lo que hablamos en todos los rincones públicos y privados del país sobre la Jefatura del Estado, sin que esta institución, esta estructura fundamental para España, sea algo más que la figura de unos Reyes de esta “ Nueva España” que nace en 1978, por más que desde el Gobierno de Pedro Sánchez se empeñen en convertir el slogan de “lo nuevo “ en su propia seña de identidad.
Durante 42 años, desde la aprobación de la Constitución, ningún partido, ningún político se había planteado con un mínimo de seriedad que la Jefatura de la Nación debía reglarse, tener un desarrollo jurídico que permitiera contemplar obligaciones y deberes sobre los que construir y abordar todo tipo de situaciones, como cúspide de un estado democrático, tanto desde su papel comoJefe de Estado, al que debían cumplir el resto de los miembros y personal que en ella y para ella trabajan.
Desde La Zarzuela, los Príncipes y Princesas de aquel Maine que es hoy España han vivido bastante ajenos a las normas y principios que rigen para el resto de los ciudadanos españoles, y al abandonar el " nido" han buscado y elaborado sus propias normas de conducta, sobre ese manzanal que es nuestro país. Puede que sea casualidad, un cruce en el tiempo, pero sin pasión y con la obligada frialdad del análisis que permite el tiempo, la llegada de Letizia Ortiz hizo de catalizador de una situación que de perpetuarse hubiera acabado con la Monarquía española más pronto que tarde.
Hablamos de la Ley de Transparencia que se aprobó en el Congreso y de la necesidad de que abarcase realmente a la Casa del Rey al igual que ocurre en el resto de monarquías europeas. Si hacemos caso a las palabras del entonces presidente del Gobierno, esa era la intención, pero en apenas nada se quedó todo el necesario andamiaje jurídico que había que desarrollarse después y que aún está a la espera. Puede que sea el peor momento para abordarlo. Lo seguro es que debe hacerse si queremos que los problemas a los que se enfrenta España se conviertan en una auténtica bomba de relojería dispuesta para explotar.
De las competencias del Príncipe ( hoy Princesa) de Asturias, no se avanzó nada; del resto de la familia real, nada; y mucho menos de la situación que se crearía en caso de una sucesión en la Corona por abdicación y no fallecimiento, algo que sucedió apenas dos años más tarde y que se solventó con la inédita fórmula de dos Reyes y dos Reinas.
Normas que habrían regido en ese supuesto y puesto negro sobre blanco los privilegios, derechos, deberes y obligaciones que mantendría el llamémosle " monarca emérito". Puntos cruciales en estos momentos y en las posibles soluciones a la propia crisis que afecta a la Jefatura del Estado. A la que fue y a la que es.
Escapar de la prisión
Si en la novela y en la película, el "Príncipe de Maine", regresa a ese castillo de su infancia y adolescencia decidido a afrontar los sacrificios y esfuerzos a que le obligan las pesadas herencias de su antecesor, a Felipe VI la abdicación, que creía necesaria, le ha llevado a comprender que sus aparentemente inseparables costumbres de antaño, como mudos testigos de una forma de ver el mundo, el país y su propia existencia como Monarca y como persona, no tenían cabida en el nuevo mundo en el que hemos entrado todos. La renuncia a la herencia económica de Juan Carlos fue tan acertada como necesaria.
Creo que la parábola que une aquella ficción novelada en 1986 y la España real de hoy puede ayudar a entender el fondo de una parte - sólo una parte - del problema que afecta a la estructura del estado y al que la crisis económica, política y social aumentada por la pandemia le ha dado una dimensión que era impensable hace apenas cinco años. Por más inexpugnable que pareciera, la fortaleza construida con la paciencia de un orfebre financiero por Juan Carlos I era una prisión creada desde dentro y de la que había que escapar.
En toda ficción literaria y cinematográfica hay por lo menos un villano al frente de un grupo de sicarios. En el mundo real, también, basta con repasar todo lo que ha ocurrido y está ocurriendo con el ex-comisario Villarejo. En ese combate entre el bien y el mal, entre lo legal y lo ilegal, entre el pasado y el futuro, el séptimo presidente de nuestra democracia tiene la obligación de apoyar al Rey de España, en la difícil pero necesaria tarea de destruir las deterioradas torres y convertir los barrotes de lo que en realidad era una cárcel en las sólidas columnas de una Monarquía democrática y ejemplar al servicio de los ciudadanos. Ciudadanos de todos los colores políticos, incluidos los que aspiran a traer a nuestro país la III República.
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