Houston, tenemos un problema

jueves 12 de enero de 2017, 20:06h

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El astronauta del Apolo XIII, Jack Swigert, dijo una frase algo parecida a la que se ha popularizado cada vez que nos enfrentamos a un riesgo, y hoy en política internacional existen similares sensaciones con el acceso a la Casa Blanca de su nuevo inquilino.
El contenido y las formas de la rueda de prensa dada hace unas horas por Donald Trump no hacen sino confirmar que el país más poderoso del mundo civilizado y democrático tendrá dentro de unos días a un presidente muy previsible, que es una virtud buena cuando el sujeto en cuestión es moderado y tiene sentido de la responsabilidad, y en cambio es una bomba de relojería cuando el mandatario está dispuesto a dar una patada en el tablero del ajedrez de la política internacional y en el de las relaciones de respeto democrático al libre ejercicio de los medios de comunicación.
Ya hay quienes se han acelerado a pronosticar que Donald Trump no acabará su mandato porque puede llegar a ser procesado por algún delito que le invalide para seguir siendo Presidente de su país.
Existe el precedente de Richard Nixon que dimitió para no verse sometido al impeachment tras las indecencias que cometió en el caso Watergate.
No obstante, y aunque las decisiones que adopte Trump pueden afectarnos a los ciudadanos que no tenemos su nacionalidad, su eleccion como Presidente es un asunto de política interna que compete en exclusiva a los norteamericanos que son los que han decidido libre y democráticamente con su voto quién va a gobernar su país los próximos años.
Lo que a mí me trae a estas reflexiones es la observación de cómo se ha bipolarizado la opinión pública en España mediante una gran simplificación que a algunos les lleva a concluir que el presidente negro Barack Obama era un jodido rojo y el gordo rubio oxigenado es un fascista.
Eso es algo que allí no entienden exactamente así, entre otras cosas porque en los Estados Unidos de América, los demócratas no se asimilan políticamente a la izquierda europea ni los Republicanos a la ultraderecha de este continente.
Estimo que es escasamente riguroso defender o condenar a un personaje público simplemente porque sea de derechas o de izquierdas, porque el criterio razonable es el de juzgarlo por su hechos y sus palabras, y Donald Trump patea todos los días con la palabra los sentimiento democráticos y de respeto a los que no son como él.
Existen razones para temerle, pero no porque sea de derechas sino porque es un incontinente verbal que presume de pasarse por el arco del triunfo las formas y las reglas de juego democrático, de la misma forma que el dirigente comunista Vladimir Putin lo hace en Rusia.
Mientras tanto aquí en España todo el mundo en estas horas se ha convertido en analista de política internacional sin más instrumentos dialécticos que un capacho de tópicos.

Somos muy dados a poner etiquetas, a simplificar las cosas y a creer que ser de derechas o ser de izquierdas es malo intrínsecamente, porque para muchos los matices están de sobra. Pongámonos de acuerdo en algo: no es lo mismo la sencillez que la simpleza.

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