La tortuga, la liebre y el gato en la vida de Puigdemont
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La tortuga, la liebre y el gato en la vida de Puigdemont

martes 27 de marzo de 2018, 17:44h

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El expresidente catalán, desde su huida a Bruselas y su posterior peregrinaje por Europa se ha creido una liebre capaz de eludir con su velocidad y cambios de rumbo a los galgos y podencos que la perseguían

Gracias a las peleas literarias que mantuvieron Felix María Samaniego y Tomás Ruíz de Iriarte en el último tercio del siglo XVIII, las fábulas que inventaron como crónicas populares de lo que ocurría en su tiempo hace más de dos mil años el griego Esopo y sus discípulos, narrando los vicios y virtudes del ser humano a través de los animales que encarnaban los mismos, se pusieron de moda en España y sirvieron para que el poder durante reinado de los primeros Borbones tuviera una léctura apta para niños y asequible en las escuelas. No era el principal objetivo de los dos antiguos amigos convertidos en rivales pero sirvieron para narrar desde dentro lo que ocurría en la Corte, que era lo que impregnaba la vida diaria de aquellos españoles.

Leones, lobos, zorros, hormigas, cigarras, liebres y tortugas pasaron a convertirse en portavoces de la moralidad pública y fe las pasiones privadas. Unos representaban el valor y la firmeza, otros la maldad y la astucia; unos la paciencia, otros el derroche; y así, recuperando a los clásicos, Samaniego e Iriarte, hicieron que el choque entre el bien y el mal, entre lo bueno y lo malo se adueñara del imaginario popular con premios y castigos que la ironía y la realidad no siempre se ajustaba a los criterios éticos de la sociedad en la que vivían.

Si la prudencia y la moderación eran las virtudes supremas, la astucia y el sentido común les acompañaban. Las cuatro han estado ausentes en la crisis catalana y el olvido o la falta de conocimiento “literario” ha hecho que una de las fábulas más recordadas y de mayor éxito se haya convertido en la peor de las realidades para Carles Puigdemont y sus 24 acompañantes.

El expresidente catalán, desde su huida a Bruselas y su posterior peregrinaje por Europa se ha creido una liebre capaz de eludir con su velocidad y cambios de rumbo a los galgos y podencos que la perseguían. En su carrera hacia la pretendida independencia de Cataluña soñó con llegar a la meta despreciando a la acorazada, paciente y tenaz tortuga que es el estado y su estructura jurídica, que va más allá y durante más tiempo de los deseos puntuales de la clase política. Desde su mansión de Waterloo, a la que pretendía volver desde su último salto a Finlandia, miraba cual veloz y orgullosa liebre a la lenta pero incansable tortuga con cara de magistrado del Supremo. Pensaba que nunca le alcanzaría, quer bastaría con uno de sus rápidos acelerones para dejarla atrás una y mil veces. Se quivocó y se equivocaron con él todos los que pensaron que el órdago al estado desde una minoría ciudadana y una alteración de las reglas jurídicas podían llevar a Cataluña a la meta con la que soñaban.

La tortuga alcanzó a la liebre y es posible que lo hiciera incluso a pesar de los deseos de aquellos que apostaron por colocarla en la carrera. Hemos descubieerto que el magistrado Llarena, sin prisa pero sin pausa, ha hecho bueno el título de una de las mejores comedias costumbristas de Luís García Berlanga: “Todos a la cárcel”, y que dejando a un lado los intereses políticos del gobierno y del resto de los partidos que le apoyan o le critican, ha puesto sobre el tablero de ajedrez en el que nos estamos jugando el futuro de nuestro país, los artículos de la ley.

Para que la fábula actualizada de la libre y la tortuga tuviera más sentido y se ajustara mejor a lo que ha sucedido en la frontera entre Dinamarca y Alemanía tenemos que “meter” en la escena a otro de los animales favoritos de nuestros escritores del siglo XVII, el gato, esta vez con el rostro de los servicios secretos españoles y si se quiere con el del director del CNI, Felix Sanz. Este felino plural, siempre al acecho de la escurridiza liebre, ha tenido la paciencia de vigilar su madriguera en Bruselas al mismo tiempo que seguía a Puigdemont y sus acompañantes por Suiza y Finlandia.

Si el zarpazo llegó en una gasolinera dentro de Alemania es otra de las características de la propia cacería y de la necesaria y contundente unión entre nuestra tortuga jurídica y nuestro gato de la seguridad nacional. Emitida la orden de busca y captura por el primero, una vez que se dotó de todos los argumentos legales que creía necesarios, el segundo recibió el visto bueno del gobierno y actuó. Ahora entramos en tiempo de espera.

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