Los 10 dias que cambiaron España
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Los 10 dias que cambiaron España

lunes 04 de junio de 2018, 06:24h

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En menos de trescientas horas España ha cambiado de forma radical. Tal vez nadie pensaba que un Titanic como el Partido Popular, pese a navegar con los motores averiados, pudiera hundirse de forma tan rápida, pero lo ha hecho. Y la persona que lo ha enviado al fondo político de la oposición es el mismo hombre que tras insistir cien veces en que “no es no”, y recorrerse la España socialista de punta a punta para volver a ganar, vió que todo su futuro se jugaba a una sóla carta, la de la moción de censura. Y acertó.

El miércoles, 23 de mayo, el Congresó aprobó los Presupuestos Generales del Estado y Cristobal Montoro, ministro de Hacienda, saludó al presidente del Gobierno y se abrazó con la vicepresidenta mientras todos los diputados del Partido Popular se levantaban de sus escaños y aplaudían a rabiar. Mariano Rajoy, su líder, lo había conseguido de nuevo. Justo antes de que sonara la campana, arrinconado en el ring de los asuntos de estado y teniendo que darle al PNV , con sus cinco diputados, todo lo que le habían pedido en forma de aumento del cupo vasco y de inversiones en infraestructuras; a Ciudadanos y sus 32 escaños lo que deseaba en cuanto a subida de pensiones y dotación para las políticas de defensa de la mujer; y a asturianos, navarros y canarios las pequeñas golosinas con las que los parlamentarios de esas autonomias que representaban a Foro Asturias con su solitario congresista, a los dos de UPN, y a los otros dos que se reparten Coalicción Canaria y Nueva Canarias pudieran justificar ante sus electores el sí a los Presupuestos.

La mayoría absoluta, raspada pero suficiente, tenía el sabor de las grandes victorias. El hombre que más tiempo lleva al frente del PP y más cargos ha tenido en la Administración pública española tenía ya la gasolina política suficiente como para llegar hasta mediados de 2020, y como poco hasta finales de 2019. Al llegar al palacio de La Moncloa, su casa durante siete años, Mariano Rajoy se tuvo que fumar un puro. Lo que había conseguido con sus llamadas personales a Iñigo Urkullu durante dos semanas no era para menos.

Si Moisés bajó del Sinaí con las Tablas de la Ley para mostrarlas a un pueblo idólatra y desconfiado; él, el registrador de la propiedad, nieto de legisladores, domador de los tiempos políticos, de vida casi monacal y gustos sencillos, les acababa de mostrar a los suyos esas Tablas de la Ley laicas y cargadas de números que son para cualquier paíslos Presupuestos. Y conociendo a sus colegas europeos, con su exministro de Economía sentado en el Banco Central como número dos, las pegas que le pusieran por el obligado control del gasto ya se encargarían Montoro y el recien llegado Escolano de sortearlas flexibilizando los impuestos por aquí y por allá, que para eso los tenía en el Gabinete.

El jueves llegó el susto, esperado pero no valorada. La sentencia de la Audiencia Nacional sobre el caso Gurtel, auspiciada en sus considerandos más duros hacia el PP y su presidente por el juez De Prada, se temía pero tanto el ministro de Justicia como los asesores de Mariano Rajoy en La Moncloa - el núcleo más cercano de los abogados del Estado - creyeron que podía controlarse y que tras unos días las distintas sentencias, incluídas las que afectaban a la organización, se irían diliuyendo entre el resto de las noticias: tal vez habría que prestar atención al extesorero Bárcenas y a los quince años de condena para su mujer, pero la no entrada en prisión alejaría el fantasma de los papeles y grabaciones secretas.

Además, y siguieron echando cuentas, la oposición podía pedir todas las dimisiones que quisiera, con no hacerlas caso tema solucionaod; y el otro camino, la moción de censura era una senda imposible, no daban los votos: el PSOE de Pedro Sánchez estaba a la baja, anclado y con tendencia a bajar. Si quería negociar con Podemos estaría reconociendo su “entrega” a la izquierda más radical. Y en cuanto a los partidos nacionalistas e indepèndentistas, el PNV ya había dejado bien claro que prefería el dinero a las declaraciones de solidaridad frente al 155; y los catalanes bastante tenían con convencer al Puigdemont huído en Berlín de que aceptara un gobierno de la Generalitat sin presos y sin fugitivos de la Justicia.

Miraban a Albert Rivera y descubrían que pensaba demasiado en el mañana y muy poco en el hoy. Las encuestas le daban, una tras otra, unos “chutes” de adrenalina política que le llevaban a verse sentado en el gran sillón del Consejo de Ministros y viviendo en el palacio de La Moncloa. Era su destino, así parecía que lo deseaban los mismos españoles que en 2011, en 2015 y en 2016 le habían dado la victoria al PP. El centro derecha era suyo y se lo tendrían que entregar en las próximas elecciones. Demasiado “inocente” y demasiados presuntuosos los que le acompañaban en sus reuniones. Y mira que le advirtieron desde el mundo financiero, más acostumbrado a batirse en condiciones de guerra, que tuviese cuidado, que la simple invitación de Beilderberg no garantizaba nada, que los ricos del mundo suelen cambiar con enorme rapidez y suelen apostar a varios ganadores al mismo tiempo.

Si los independentistas catalanes odiaban al gobierno y al PP, no odiaban menos a Ciudadanos, con una Arrimadas que les había vencido pero que arrinconada por los dos extremos comenzaba a comprobar lo fácil que es subir, y los más fácil aún que es bajar en el ascensor de la política. Se lo decían a Mariano Rajoy todos los días, desde el incombustible Arriola a los hermanos Nadal: Rivera nos ha pàsado por la derecha y ya sabes, presidente, que todo se gana y se pierde en el centro, no hay que preocuparse, nos apoyará aunque tenga que jurar en arameo.

¿ Y el PNV, qué me decís del PNV, que a fin de cuentas es el que puede jugar con sus cinco votos como ya ha hecho, que se lo pregunten a Cristobal por si se os ha olvidado?, puede que les dijera el presidente a las dos mujeres que le sujetan en el poder desde hace ocho largos años.

Soraya y María Dolores se hablan y se miran lo imprescindibles, les cuesta un riñón dirigirse la palabra y ven la realidad de España de forma muy diferente. La vicepresidenta cree que con el diálogo-zanahoria en una mano y la aplicación de la ley-palo en la otra se puede gobernar incluso repetir victoria en las próximas elecciones si la economía sigue dando alegrias pese a los recortes evidentes y la precariedad laboral. La ministra y secretaria general está en el bando opuesto: el gobierno y el partido se han quedado en tierra de nadie, acosado de forma inesperada por su derecha por Ciudadanos y viendo como la crisis catalana le reducía sus apoyos en la mayoría de las autonomías y ayuntamientos hasta hacerle caer por debajo del 20% en intención de voto, por más que el CIS maquillase las ya de por sí preocupantes encuestas.

Cuando el viernes 25 de mayo Pedro Sánchez presentó la moción de censura a través de José Luís Avalos y Margarita Robles, la primera impresión hizo que casi todo el mundo, en casi todos los partidos, en casi todos los núcleos del poder económico y en casi todos los medios de comunicación se pensara en que ibamos a asistir a una repeticón de lo que ya había ocurrido con Suárez, con Felipe González y con el propio Rajoy un año antes. Los socialistas quería ganar protagonismo, hacerse ver y salir de la inacción en la que parecían instalados, y su secretario general había encontrado una vía para decirles a sus compañeros más rebeldes y menos entusiastas con su figura que él mandaba y que no les consultaba para tomar sus decisiones. Eran lentejas y no tenían más remedio que comerlas.

El miedo empezó a asomar a las caras de los dirigentes del PP el fin de semana tras comprobar como desde Podemos e Izquierda Unida ofrecían su apoyo a Pedro Sánchez sin condiciones y que desde el independentismo catalán empezaban a sopesar si era mejor mantener a Rajoy en La Moncloa o jugar la baza de una cara nueva que, además tendría que deberles un gran favor: haberle dado las llaves del poder central. Y como las malas noticias nunca vienen solas, desde los medios de comunicación, los editoriales y artículos de opinión se convertían en misiles dirigidos al centro del gobierno: el presidente debía dimitir y convocar elecciones. La alarma desde la sala de mandos de loos populares llegó hasta los últimos y más pequeños rincones de la organización: estamos a punto de hundirnos, zafarrancho de combate.....

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