La historia inventada pero real de una empresa sin cabeza
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La historia inventada pero real de una empresa sin cabeza

miércoles 20 de junio de 2018, 05:53h

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La noticia se extendió por todo el ámbito de la empresa a enorme velocidad. Su presidente, el hombre que la había gobernado con mano firme y sin discusión durante catorce años se marchaba, volvía a ser el mecánico municipalista que había sido, dejaba los oropeles del poder, el coche blindado, las múltiples secretarias, la gran vivienda que le ponía la empresa. Lo dejaba todo casi sin despedirse, por la puerta de servicio.

El consejero delegado se quedó sentado, con su carpeta de notas y proyectos ocupando un asiento vacío. No se lo esperaba y lo que hizo minutos más tarde lo tenía pensado y ensayado muchas veces, pero nunca para ser puesto en práctica de esa manera: llamó a la persona de su mayor confianza y le dijo que esa misma tarde reuniera en su casa al equipo de crisis. Necesitaba apoyos y conocimientos del mercado más que normativas legales. De eso estaba seguro.

En la sala de juntas de la empresa, el presidente del Consejo supervisor y responsable de una de las líneas de producción más importantes para el holding estaba sobreaviso tras una larga noche y comienzo de madrugada con algunos de los miembros del mismo. Sin timonel al mando la empresa podía sufrir los ataques de la competencia y perder presencia en mercados muy importantes para la supervivencia de la marca. Cogió el teléfono y llamó uno por uno a todos los delegados territoriales, les animó a no perder la confianza y les aseguró que estaba dispuesto a luchar como siempre lo había hecho por el bien de todos.

Los directores generales empezaron a ponerse muy nerviosos cuando detectaron que lo que más temían estaba a punto de producirse: el consejero delegado y el presidente del Consejo de supervisión iban a lanzarse a una guerra cainita por el poder. La única solución que veían era que aterrizara como nuevo presidente el único director general, responsable de la exitosa filial que mantenía las ventas año tras año. Le llamaron y le pidieron que abandonara su tranquila existencia y aceptara el difícil papel de sucesor. Todos ellos recibieron la misma respuesta: lo pensaría.

Pasaron los días y con cada hora la inquietud en la empresa, desde la sede central a la última de las filiales, se incrementó hasta hacer que algunos jefes de servicio empezaran a autopromocionarse como posibles presidentes. Mientras tanto, el hombre que les había gobernado con mano de hierro en guante de seda, ya estaba en su antiguo taller municipal dispuesto a reanudar una vida de paseos, puros y buen futbol. Para el se habían acabado las crisis con los proveedores, los fallos en la distribución, las reuniones semanales cargadas de malas noticias. La vida con su mujer y sus dos hijos le acababa de abrir una puerta a su propio y famiiar futuro.

Las empresas rivales no dudaron ni un minuto en lanzarse a por el mercado que había tenido la compañía líder hasta ese momento. Sin presidente efectivo y con los segundos y terceros niveles enfrascados en una lucha por el poder interno, robarle cuota, proveedores, clientes y hasta las patentes malamente registradas era sólo cuestión de tiempo y voracidad. Tenían mucho de las dos cosas.

En la Bolsa, la abrupta salida, la lucha por el poder, la falta de una dirección sólida y creible, se hizo notar en el minuto uno: las acciones cayeron en picado, los agntes de cambio no salían de su asombro con paquetes que cambiaban de mano en apenas horas. El derrumbe total de la compañía, que apenas unos días antes había cerrado un importante acuerdo que le garantizaba la solvencia durante dos años, podía producirse sin que se viera a ninguno de sus ejecutivos pensar en la salvación del conjunto. Se veía la lucha por la salvación personal, por mantener los intereses de grupo, no aparecía por ningún lado una auténtica hoja de ruta que permitiera vislumbrar el futuro de miles de puestos de trabajo, de millones de seguidores de la marca a los que, hasta ahora, nadie había conseguido convencerles para que la abandonaran. Estaba pasando y el miedo comenzó a atenazar músculos y cerebros.

Esta es una historia ficticia pero muy real. Tan sólo tienen que cambiar los títulos de los dirigentes y ponerles nombres a ellos y a la empresa. Es una parte de la historia de estos días y si en lugar de estar pasando en el ámbito de la política, estuviera pasando en el mundo de la economía y los negocios, los despidos ya se habrían producido y el cambio global en esa “empresa” sería una de las condiciones imprescindibles para su salvación y posible reflotamiento.

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