Pedro Sánchez resucita el “modelo González” ( I )
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Pedro Sánchez resucita el “modelo González” ( I )

lunes 25 de junio de 2018, 06:28h

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En dos meses de gobierno Pedro Sánchez se habrá entrevistado, reunido y negociado con el presidente del Consejo de Europa, con el presidente de Francia, con la primera ministra de Alemania, con el presidente de la Comisión Europea, con el primer ministro portugués y con el pleno de los países que integran la OTAN. Su apuesta por Europa es clara, rotunda y con la vista puesta en un hipotético eje Madrid-Paris-Berlín que es su gran sueño. El mismo que tuvo y consiguió Felipe González hace 35 años.

El presidente del Gobierno es el mejor alumno del líder socialista que dirigió España durante 14 años. Se ha aprendido de memoria sus virtudes y defectos, su estrategia para acceder al poder, sus amigos y adversarios dentro y fuera del PSOE, dentro y fuera de España. Su “método” para acomodarse a las circunstancias y sacar el mayor provecho en cada oportunidad. Su eclecticismo y su fortaleza. Como él se marchó y volvió para ganar y llegar a La Moncloa, con un no y si a la OTAN y con moción de censura incluida. Le falta ganar por mayoría absoluta en las urnas, algo que se “reserva” para 2019 0 2020, dependerá de lo que vayan diciendo las encuestas.

Cambiar era una palabra que González utilizó con maestría, si se mira desde el lado positivo, y con cinismo, si se observa desde el lado opuesto. No se puede entender la España de hoy sin el largo periodo de gobierno del ex líder socialista, y a eso mismo aspira Sánchez.

Tienen los dos un “asunto de Estado” en común, la Monarquía. Sin aquel primer Gobierno socialista que dejaba atrás de forma definitiva la Dictadura y reafirmaba al Rey Juan Carlos en el nuevo régimen, alejándole de la “sucesión” del Caudillo, el asentamiento de la institución monárquica frente a la República que ansiaban la gran mayoría de españoles hubiera sido imposible. Se necesitaba un gobierno de izquierdas para cambiar España, para reformarla política, económica y socialmente, y el socialismo que había abjurado del marxismo y había enterrado en la historia tanto al Frente Popular como a los tres años de guerra civil, era el adecuado para hacerlo.

Hoy, con la distancia de los 40 años que proporciona la Constitución de 1978 y los cambios que han logrado lo que vaticinó Alfonso Guerra a este país nuestro “no lo reconoce ni la madre que lo parió”. Para bien, por supuesto, pero con problemas parecidos y necesitado de soluciones parecidas: se necesitan unas reformas industriales que hagan de las nuevas tecnologías la palanca del futuro, reformas sanitarias y educativas; los niveles de paro son inasumíbles social y económicamente; y sobre todo se necesitan reformas urgentes - gusten más o menos a la mayoría - en la Carta Magna que nos dimos los españoles a finales de los años 70 y en la década posterior con los distintos Estatutos de Autonomía. Aquel pacto entre lo viejo y lo nuevo, el pasado y el futuro se hizo en unas condiciones que poco tienen que ver con las actuales, con la Monarquía otra vez en el ojo del huracán.

El último Gobierno de Mariano Rajoy estaba agotado y no sólo por los distintos casos de corrupción que iban cayendo como tormentas sobre el partido que lo apoyaba. Estaba agotado en su propia actividad como gestor de los asuntos públicos. El Estado, la Nación, España se enfrentaba de nuevo a un futuro incierto y tenía que abordarlo con nuevos nombres y nuevas formas de ejercer el poder. Las equivocaciones que llegarán - grandes y pequeñas- dejaron de ser importantes. El cambio se mostró urgente y se aprovechó la primera gran ocasión que llegó para ponerlo en marcha: la sentencia de la Gürtel, sus considerandos y la doble necesidad que tenían el PSOE y Pedro Sánchez para sobrevivir. El “golpe de mano” llegó en forma de moción de censura. Se equivocaron el gobierno y el Partido Popular de la misma manera que se equivocaron Calvo Sotelo, Landelino Lavilla y la UCD. Aquello era la pre- Transición, no la Transición, que de verdad se inició en 1982 con el primer Gabinete de Felipe González y con la inmensa mayoría de españoles apoyándolo.

Si miramos y recordamos imágenes, la del teniente coronel Tejero intentando derribar al teniente general Gutiérrez Mellado en el hemiciclo del Congreso y los tanques de Milans del Bosch recorriendo las calles de Valencia fueron, junto al discurso del Rey en la madrugada del 23 de febrero, el cierre de esa etapa que se había iniciado a finales de 1975 con el entierro de Francisco Franco y la jura de Juan Carlos I ante la mirada de un niño de siete años que hoy es Felipe VI.

Del enjambre de partidos de todos los colores nació y se consolidó el bipartidismo, el sistema de alternancia que más bien que mal ha funcionado en España desde entonces. Treinta y seis años repartidos en 22 años de socialdemocracia liberal con pactos puntuales y en niveles municipales y autonómicas con la izquierda que representaron el PCE, primero, e Izquierda Unida después; y catorce de liberalismo socialdemócrata con pactos puntuales con nacionalismos conservadores más o menos independentistas. Si dentro de cien años un historiador mira lo ocurrido en nuestro país encontrará una linea sinuosa pero en la misma dirección y con parecidos protagonistas. Personajes públicos y líderes políticos que aguantarán la comparación: en unos veremos la versión mejorada y en otros el empobrecimiento, pero eso es la vida.

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