La salsa del odio

martes 15 de noviembre de 2016, 19:22h

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Hay personajes de gran notoriedad que siembran odios y trifulcas por donde van. Siguiendo el dicho, no es que recojan tempestades. Están a la vista. No hay más que echar un vistazo a Twitter o a los prolijos comentarios de los mentideros deportivos. Acuden a todos los fuegos. Si prendieran varios focos aun distantes y dispersos, la policía no podría descartar la hipótesis de que alguno de estos dirigentes (bien sean políticos o apolíticos) fuera el autor de todos ellos. Se corresponde esa enorme capacidad de propagarlos, con una frenética agenda.

Por tanto, como señalaba al principio, ofrecen un caldo de cultivo muy dado a los excesos, a sobrepasar los límites de la libertad de expresión en este país, en que 9 de cada 10 cabezas, como significó el bueno de Machado, embisten más que piensan. Donde, las nuevas tecnologías difunden antes el ruido que la opinión medida y meditada. Cuatro palabras en mayúsculas antes que un texto civilizado. Veamos algunos ejemplos, nada ejemplares.

Clemente, siervo fiel del villarato, opina: “De locura, le dan a Tebas un premio Fair Play, ¿estamos locos o qué? ¿Saben que significa Juego Limpio? Creo que no lo saben.” Entiendo que puede ser una crítica o escarnio, incluso admisibles, se comparta o no. Solo que las voces anónimas en las redes no lo son: “No sé quién me da más asco, si Mariano Rajoy o Javier Tebas, tampoco sabría elegir a cuál tirar por las escaleras primero”.

Asistimos a macabros juegos de dudosa moralidad. Veo estos días en el Facebook otro falso dilema: ¿A quién salvarías si les vieras ahogándose? Se trata de elegir entre 4 políticos de izquierda y un tierno chucho. Tan absurdo como malintencionado.

Entiendo la discrepancia, no la plaga de odios políticos, en parte heredados. No hay argumento político frente al respeto mutuo, la base consagrada para una convivencia libre y pacífica.

La banalidad de la propuesta (lo mismo daría si los 4 políticos señalados fueran de derechas) es sólo comparable a su maldad, por decirlo en los términos de la reveladora tesis de Hannah Arendt respecto del nazismo.

La omisión del deber de socorro no entiende, conforme establece el código penal, de estas sutilezas, que en absoluto lo son. Convendría que desde las escuelas se explicara y practicara el valor de la solidaridad humana al que responde el caso. De verdad, que estamos asistiendo a monstruosidades, que suceden cada vez a más tempranas edades.

Esta deshumanización inducida tiene un efecto boomerang. Son muchos los que tras ese anonimato recogen el guante y se lo ponen. El menor de edad que agredió a Rajoy, también había amenazado al otro personaje mostrado en el primer estúpido dilema de las escaleras.

Hay tipos que en la salsa del odio encuentran su medio. Personas sin currículum alguno, aunque te dirán que son entrenadores, representantes de jugadores, hasta que ya sabían antes que los Simpson o Michael Moore, que “el pato Donald” llegaría a la Casa Blanca. Uno quisiera creer en sus dotes proféticas y que se forraran con las quinielas o cualquiera de las muchas loterías, pero no. Dedican todo su tiempo libre, que no es poco, a odiar sin tasa y a envidiar todo aquello a donde nunca llegarán, como tal vez en su poca lucidez intuyen. No hay pedagogía alguna desde el odio. Esos juegos de una violencia simbólica atroz abren la puerta a la misma violencia, a muchas violencias.

De ahí, también, la importancia de la moderación de los personajes públicos. Es una pena que empañen de este modo su labor personal, añadiendo más fuego al fuego.

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